La Costera: un corredor de culturas

La cultura íbera impregna la comarca de la Costera con múltiples vestigios de esta época histórica

Manuel Asensi Calabuig | Un proyecto de TURISME LA COSTERA- Mancomunitat la Costera-Canal | Levante-EMV

Es la vertebración por el río de escasas aguas y grandes caminos, la maquia excelsa y domesticada desde aquellos íberos que nos dejaron la huella y mostraron cómo mirar el territorio, cómo trazar el camino que cruza de arriba a abajo y la hizo carril de culturas.

Desde lo alto de la Silla, cima que es hito de València y Castilla, a 1.005 metros sobre nivel del mar, admiro impresionado el valle de tierras fértiles, frontera entre la maquia litoral y la continental, donde encontramos cereales y naranjos, viñedos y huertos de ajos tiernos, almendros, olivares… pero yo, desde aquí arriba, a primeras horas de la mañana, lo miro desde lejos, desde muy lejos, de otra forma.

Yo sería el mismo hombre que lo vería hace 2.400 años, un íbero observando aquello hasta dónde llega su vista, lo que es suyo; su mundo unido por una rambla que termina en río, donde ya no hiela, donde crece el palmito.

Vería un valle ancho, como es, resguardado por solana y por umbría, lleno de vida y de aguas montañosas y abundantes, que años después otra gente sabría aprovechar.

Vería pues, la maquia original, el ecosistema mediterráneo adaptado a largos períodos de sequía del que partimos y donde deberíamos terminar.

¿Imagináis…? …enebros, coscoja, sabina, madroño, encina, robles y pino carrasco, romeros, aliagas, tomillo, algarrobos, palmitos, arces negros…endrinos, esparragueras y acebuches, y yo sería el mismo cosechando los frutos aceitosos de esos olivos silvestres que comíamos secos o sacamos aceites ofrecidos a los Dioses que no son otros que las montañas, las cuevas y los ríos; aceites ofrecidos a los ritos funerarios y que no consumíamos.

Vuelvo a la realidad y veo los viñedos, y miro la rambla que señala el camino natural por donde los griegos trajeron los sarmientos y la costumbre del vino.

«Yo, hombre de lo que decís Bastida, bebo sin medida y no rebajo el vino con el agua como los griegos a los simposios, y eso me hace turbar y acercarme a los misterios que no entiendo y me da valor para cazar lobos y herir enemigos, aquellos que pretenden nuestras tierras.

Yo veo tropas rambla arriba quemando el bosque donde cazo, haciendo caminos para los carros bélicos y gentío sumiso y maltratado; caminos que vienen de Roma, dicen, dispuestos a hacer suyo allá por donde pisan.

Yo veo que todo va a cambiar; ellos injertan en el acebuche otro olivo más productivo y aceitoso, y con el trasiego de sus caminos, fenicios y cartagineses traen nuevas variedades».

Y me viene a la cabeza el aceite de Alfafara, olivo nuestro, idéntico al Ayrouni Libanes, variedad llevada con toda seguridad en los momentos que describo.

«Yo, hombre que lucha por la tierra, no me canso de mirar este valle boscoso y feraz, ni de segar el cereal, el trigo, con el que hacemos pan y cerveza con el fruto del madroño».

Y vuelvo en mí por lo que veo y no es eso.

Desde esta cima, donde comienza mi territorio, puedo ver casi todos los pueblos que lo conforman, y veo en ellos la vorágine de gente trabajadora, luchando durante muchos años para prosperar y consolidar el asentamiento.

Y puedo oler a hornos de leña, a bodegas en vendimia y almazaras molturando aceituna, pero también veo un valle casi deshecho por el futuro que hemos elegido, vías de tren, carreteras, autovías, redes gigantes y brutales de conducción eléctrica, y si alguien no lo para, inmensos huertos… solares.

Me hace pensar aquí, si nosotros, gente fuerte e infinitamente amante de la tierra que nos une, seremos capaces de mantener lo que somos y con la historia que nos apoya, salvar el territorio, nuestra Costera, de las comarcas centrales, las comarcas de las montañas de la antigua taifa de Denia, el emirato de Daniyya, la Diania de Joan Pellicer.

«Y yo, hombre guerrero y labrador, conocedor de las tormentas y de los continuos invasores, no temo la muerte si con ella libro a mi familia y a las tierras que cultivamos, sólo temo la incertidumbre por los que me sobrevivirán generación tras generación, la incertidumbre de que nos olviden y olviden su tierra».

La mirada del íbero me hace ver lejos.